Мы в лодке: концепция-образ как выражение человеческого в окружении реального

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Работа выражает нынешнее состояние концепции «Мы» в свете ее последних обновлений. Мы облекаемся в образ Лодки, который позволяет нам понять человека в его материальном становлении и во множестве смешений, которые пронизывают радикальную конечность реальности в условиях распадающегося капитализма нашего времени. С помощью [образа] «мы в лодке» мы безоговорочно принимаем на себя случайность, которая нас составляет, и в то же время, как Церберы невротической основы капитализма, избегаем ее и предаем снова и снова.

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“… pues yo, junto con Ariadna, no he de ser más que el dorado equilibrio de todas las cosas, en cada trozo tenemos aquellas que están por encima de nosotros… Dioniso” (Nietzsche)

“Nos hemos siempre mezclado” (Pääbo)

Introducción. Concepto e imagen

¿Otro texto sobre el NosOtros como expresión de lo humano en medio de lo real? Sí, pero con la diferencia de que, en este caso, se trata de una reflexión sobre el NosOtros que no se muestra solo en un concepto, sino también, literalmente, en la metáfora plástica de la Barca. Una metáfora que está inscrita, de algún modo, en nuestras formas de ser desde muy antiguo, desde el neolítico hasta nuestros tiempos, desde esa Barca en la que navegaba el dios bailarín Diónysos hasta las Barcas en las que los migrantes cruzan el Mediterráneo con el propósito de forjarse una vida mejor, por no hablar de las Barcas de los artistas, como las que construye una y otra vez Ai Weiwei para expresar el clamor de muchos migrantes en tiempos en que nadie quiere escucharlos.

Vayamos por partes. El NosOtros es un concepto al mejor estilo de los conceptos hegelianos de la Ciencia de la lógica, los cuales han sido decisivos en la historia de la filosofía y, en especial, de la teoría crítica, a saber: conceptos que, en tanto ideas libres, operan como teoría y praxis a la vez (la primera siempre llega tarde y, sin embargo, acontece). El NosOtros no representa nada, sino que expresa la materialidad de un tejido animal inteligente a la altura de los tiempos y de la evolución, en la praxis emancipadora de esa misma animalidad en medio de lo real, de esa tierra siempre accidental, porosa y contingente en la que somos, esto es, lo real en su caducidad radical.

El concepto del NosOtros, que desde hace años ha estado presente en libros, artículos, conferencias, entrevistas, redes sociales, seminarios, cursos, congresos en distintos países y lenguas, cobra ahora asiento en la materialidad misma de la imagen de la Barca. ¿Qué le añade la imagen? ¿Y qué, en particular, la imagen de la Barca? La teoría-praxis del NosOtros nos impele, en su ultimidad, a ser libres en esa misma materialidad finita que nos constituye: es lo humano como tejido socio-histórico y material que en su propia animalidad se distancia de sí, baila con un otro, cualquier otro, y se vuelve ligero; de esta forma puede crear modos tecnológicos que favorecen la configuración de conjuntos y agrupaciones materiales que en su propia dinámica van dejando un sedimento y, así, van generando lo que somos unos con otros a nivel ético y político, sostén material que siempre se da en la expresión de una estética básica y radicalmente corpórea de animales en medio de la tierra: vivos-muertos en un dinamismo que se actualiza y nos mantiene abiertos en canal. Esta expresión estética de la función ético-política es precisamente la imagen.

Ni que decir tiene que las imágenes han sido confeccionadas de manera heterogénea en diversas estofas y texturas: colores, olores, figuras, inscripciones, signos, movimientos, desplazamientos, volúmenes, etc. Si nos fijamos en las primeras civilizaciones, la imagen de la Barca aparece por todas partes: sumerios, egipcios, chinos, griegos, romanos, mayas, vikingos, sin contar a todos los polinesios y, en general, humanos alojados en islas tanto pequeñas como grandes. La Barca como una cierta embarcación que está en los inicios de los humanos neolíticos siempre se manifiesta de nuevo, siempre vuelve a verse; piénsese, por ejemplo, en Noe y su Barca (o en Odiseo, Eneas), y nótese que mitos similares están presentes por doquier en varias civilizaciones de la antigüedad. A menudo aparece la Barca transportando humanos y animales de un lugar a otro ante el presagio de alguna catástrofe inminente; los matices cambian, las lenguas y modos de expresión son diversos, los mismos lugares y nombres difieren entre sí, los dioses también mutan, incluso la catástrofe que se anuncia, pero lo que no cambia es la imagen de la Barca transportando y salvando a los que son transportados.

Aquí tenemos ya, a todas luces, nuestra primigenia Barca del NosOtros. Pero “lo humano” que la Barca del NosOtros nos permite pensar difiere del concepto universal que se predica de una infinidad de casos posibles; por el contrario, se trata de la rotunda negación de toda determinación predicativa, del nombre que contingentemente insiste y persiste en el vacío de toda determinación y desde cuya nominal contingencia (y solo desde ella) sucede (y por ello decimos) que sumerios, egipcios, chinos, vikingos, griegos, romanos, mayas… habrán sido retroactivamente humanos y habrán navegado, retroactivamente también, en diferentes Barcas del NosOtros.

Canibalismo y sexualidad 

Estamos siendo hoy en la historia material de los humanos mezclados entre sí, hasta el Sapiens se relacionaba con el Neandertal (hecho que hasta muy poco parecía imposible), también con los denisovanos (otra especie recién encontrada de homínidos); con ello apuntamos principalmente a la mera sexualidad: todos llevamos un porcentaje de genética neandertal en nuestros cuerpos, según el Premio Nobel de Fisiología y Medicina (2022) Svante Pääbo[1]; es decir, el Homo Sapiens es pura mezcla: al salir de África se cruza sexualmente con otros homínidos ya extintos, como los famosos neandertales y los nuevos denisovanos (es posible que, gracias a la tecnología actual, se encuentren otras especies de homínidos que ya se han extinguido y que, sin embargo, siguen viviendo de alguna forma en NosOtros, en nuestros genes, donde no dejan de expresarse, acaso en algunas enfermedades o en diversas ventajas de adaptación a lo real, o en la fisionomía, etc.).

A Pääbo se le tendría que conceder no solamente un Nobel, sino también el título nobiliario de “Marqués”, porque en él se realiza lo que escribe nuestro bufón perverso, el Marqués de Sade, a finales del siglo XVIII e inicios del XIX, a saber: que somos un NosOtros dionisíaco, un real diferencial que requiere con urgencia una pólis no capitalista, una clínica no neurótica ni para neuróticos; en definitiva: una expresión de otro humano que ame de modo no romántico, ni idealista, ni interiorizado, a saber: con urgencia necesitamos otra filosofía para NosOtros y otra clínica y otra política. En una palabra: el NosOtros como Barca.

El científico sueco es uno de los fundadores de la nueva paleogenómica, ciencia de la que se esperan grandes frutos en muy poco tiempo, pues existe un considerable número de huesos “sospechosos” aún por investigar y datar, junto con muchos otros que próximamente aparecerán en nuevas excavaciones. Pääbo dio con algo de importancia decisiva para Sade, a saber, el hecho de que la sexualidad forma parte de la monstruosidad que nos constituye y afirma en medio de lo real, esa Barca que nos lleva en la nada misma de la finitud (como se observa en varios utensilios de la Grecia antigua, en los cuales aparecen tanto el dios Diónysos navegando sobre el mar como el Toro Blanco raptando a Europa), una Barca del NosOtros que se mueve desde tiempos inmemoriales en su pura dinámica de sexualidad y canibalismo (nuestros antepasados se comían entre sí y follaban con todo lo que se les ponía a tiro). El científico sueco secuenció, gracias a una técnica muy sofisticada, intuitiva y altamente inteligente el genoma del Homo Neanderthalensis (que habitó Europa, Oriente Próximo y Asia Central, y que se extinguió hace 40.000 años), así como el de los denisovanos, cuyo nombre evoca el hecho de que sus restos fueron encontrados en la cueva de Denisova, al sur de Siberia. Es relativamente reciente la aceptación de que los humanos anatómicamente modernos, Sapiens, se cruzaron con sus parientes cercanos, los neandertales, al dispersarse fuera de África, y también con los denisovanos. Los humanos actuales, no africanos, tienen entre un 1 y un 4% de genes neandertales adquiridos, ya que follaban con los Sapiens aproximadamente 50.000 años atrás, poco después de su salida de África, mientras que más del 20% del genoma neandertal sobrevive en toda la población en distintas localizaciones del genoma humano. El dato cifra elocuentemente la monstruosidad que nos constituye, movida por el dinamismo propio de la sexualidad que nos afirma en el deseo y en la más radical finitud de nuestra indeterminación animal. El porcentaje aducido indica el nivel de cruzamiento sexual del que procedemos: la Barca del NosOtros como caótico agregado de multiplicidades indeterminadas. De ahí que podamos acariciar la noción de que somos parte de un cierto real incestuoso, el incesto de unos con otros; tanto las enfermedades como la inteligencia proceden de esos múltiples acoplamientos exteriores en las mediaciones físicas de ciertas especies de homínidos, lo cual difícilmente puede no traernos a la memoria los mitos del Ciclo Minoico (Diónysos y Ariadna) [1] del Ciclo Tebano (Diónysos y Antígona)2.

Nuestro científico “sadiano”, con cara de niño egiptólogo, se expresa inequívocamente al reconocer a la BBC el 4 de octubre de 2022 que “Tenemos que darle las gracias al canibalismo por el éxito de nuestro proyecto sobre neandertales”[3], habida cuenta de que “al analizar las muestras percibimos que a menudo tuvimos más éxito con fragmentos de huesos que en realidad tenían marcas de cortes o que se habían roto deliberadamente. Según los paleontólogos, eso sugería que tales individuos habían sido comidos… Si separas la carne de estos pequeños trozos de hueso y los arrojas a la esquina de la caverna, donde se secan rápidamente, tendrán menos actividad microbiana y se secarán mucho más rápido”[4]. El canibalismo nos ha ayudado a secuenciar el genoma merced a una menor contaminación microbiana, rápido secado de los huesos, estructuras sin carne, cortadas, comidas, masticadas. Nuestros antepasados se follaban entre sí, se devoraban, se comían toda la carne, se lo comían todo y solo dejaban esos huesos cortados al fondo de alguna cueva. De ahí que nuestra materialidad sea, literalmente, de unos con Otros. Por eso el “Marqués de Pääbo” juega con NosOtros hoy en día. África es nuestra casa, nuestra piel, nuestro exterior: una África que hoy negamos radicalmente: “… desde el punto de vista genómico: ¡Todos somos africanos! Hoy o bien vivimos dentro de África” (en inglés, y no con la traducción que nos ofrece YouTube, es mucho más claro: “A genomic perspective on human variation: We are all Africans!... either living in Africa or in recent exile”)[5], sino que somos mezclas, nada de razas esencializadas, nada de algo “en sí”, “en y por sí mismo”, como si lo humano, en vez de no-humano o in-humano, humano imposible, fuera creatura o “hijo predilecto” de algún dios semita, caído del cielo, “pistoletazo del absoluto”, en palabras de Hegel contra los filósofos del “yo” (Kant, Fichte, Schelling, etc.), de acuerdo con la segunda edición de la Introducción de la Ciencia de la lógica (edición póstuma de 1832, escrito en 1831).

Lo que se muestra en Blade Runner 2049 (Villeneuve, 2017) ocurrió ya hace miles de años: sexo entre distintos humanos que dio a luz a los humanos modernos. El “Marqués de Pääbo” creó la máquina del tiempo genómico, empezó estudiando ADN de momias egipcias, siempre quiso ser un egiptólogo (entró en la Universidad de Upsala para estudiar egiptología y se aburrió enseguida), carrera que abandonó para cursar medicina y, posteriormente, emprender un doctorado en genética molecular. Pronto se dio cuenta de que la tecnología de clonación de ADN se podía aplicar a las momias, “sus” momias egipcias, que amaba desde la niñez, así como a animales y humanos extintos, como el Neanderthal. Nuestro sueco es sin duda una de las cabezas más radicales y “sadianas” de los últimos tiempos, pues nos posibilita entender el dinamismo propio de lo humano en la mezcla fortuita de la propia hominización, para lo cual hay que superar la rigidez neurótica que nos constituye y que, por lo general, constituye un sesgo “inconsciente” que perfora nuestra investigación a nivel disciplinario y, por extensión, vital.

La secuenciación del genoma Neandertal permitió descubrir que los humanos modernos fuera de África, desde hace por lo menos unos 50 mil años, tienen una media del 2% del ADN de los neandertales, porcentaje que es entre un 8 y un 24% mayor en el ADN de las poblaciones no africanas (en especial en el este de Asia).

“We have always mixed!”, dice Pääbo. No lo podemos olvidar: además de caníbales, nos lo hemos follado todo, y gracias a eso hoy somos como somos: un NosOtros.

Neurosis y la destrucción de las Barcas 

¿Y si fuéramos Barcas del NosOtros desde los inicios mismos de este animal hominizado? Somos esas Barcas de forma empírica, como lo muestra el brillante y audaz análisis genético de científicos como Pääbo, somos Barcas inconscientes, como lo han mostrado los artistas, los literatos y poetas del pasado y del presente, los mismos psicoanalistas como Freud, Lacan, Winnicott, Bion, Ogden, etc., somos Barcas en redes de todo tipo, Barcas en la virtualidad misma, esas Barcas que navegaban el Mar Egeo, el Adriático, el Tirreno y los distintos mares del planeta, Barcas que nos han llevado a todos los lugares posibles e imposibles para ir generando nuestras cartografías de lo histórico y de lo cósmico, Barcas celestiales: desde aviones hasta satélites, el Apolo XI, canciones de Bowie, films de Kubrick, etc., somos Barcas financieras en plena era de capitalismo totalitario y nihilista, y en ello NosOtros mismos nos movemos, a veces, como mercancías para uso y abuso del océano mercantil donde compulsivamente buscamos ser reconocidos con éxito, agregar y acumular valor.

Pero, si somos todo tipo de Barcas que van generando toda suerte de tejidos socio-históricos y materiales, ¿por qué estas zozobran y se hunden al navegar? Es un hecho que las Barcas zozobran, no podría ser de otro modo, porque son en sí mismas finitas, expresiones de lo humano en medio de lo real. Hay Barcas con apariencia de eternas, como la de la cristiandad, la de la familia, la de la sociedad civil, la de la justica, la de la democracia, la del Tao, la de la lucha de clases, la de los oprimidos, la de los migrantes y peregrinos, la de la sexualidad, la de los sueños con los ojos abiertos, la de las guerras, la de las palabras, la de la tragedia griega, la de las sinfonías de Beethoven, etc. Pero todas son accidentales, precarias, contingentes, azarosas, miserables, fatigosas, algunas se transforman para seguir siendo de alguna forma, otras sucumben ante grandes Barcas voraces que las engullen, la mayoría se extinguen por completo, así como los antiguos imperios y ciudades, pero desde hace muchos años, y algunos siglos, las propias Barcas se hunden por causa de sus propios tripulantes, ellos mismos las hacen perecer, incluso perdiendo ellos mismos la vida real o simbólica: es la neurosis que, como tal, traiciona el vínculo mismo que permite construir la Barca y ponerla en movimiento.

La neurosis, esto es, el yo, en su más grande expresión, se sale de sí misma en un deseo voraz y destructivo que la tritura desde dentro y la hace estallar. “Neurosis” es la enfermedad de la construcción yoica que realizaron los europeos modernos para intentar desactivar el NosOtros en toda su finitud animal, agregatoria, indeterminada y caótica, con vistas a la construcción imperial y totalitaria de un humano extendido y temporalizado en un presente de éxito y dominación en el mercado del mundo.

Los modernos nos comportamos como meros “nosotros” identitarios, totalistas, incapaces de sostener el vacío de la ausencia de cierre, el vacío de la completa indeterminación que sin embargo existe como mero nombre que insiste y persiste, que retroactivamente genera no solo lo humano, sino ante todo las condiciones mismas de su siempre contingente e incesante retroactividad. Preferimos, en vez de Barcas que se saben inconsistentes, la trinchera del mortífero “yo” en su neurótica y narcisista ilusión de completud y consistencia.

¿Es posible evadir nuestra propia neurosis traicionera, acrecentada a diario en un planeta capitalista que nos histeriza como agentes del capital hasta hacernos estallar en la psicosis de turno? Es posible, pero difícil. Se trata, en la navegación de esa Barca, de expresar lo que antes se llamó “dionisíaco”, y de hacerlo en sus tres momentos clave, a saber: distancia, baile y ligereza. Estos son elementos de lo dionisíaco que nos posibilitan comprender lo humano en medio de lo real y, lo que es aún más importante, vivirlo unos con otros y con todo otro. Tales momentos, Nietzsche los encarnó tanto en su vida como en su teoría; por eso pronunciaremos con él las últimas palabras del presente texto, que es solo un inicio.

Nietzsche en la Barca del NosOtros

La primera vez que Nietzsche fue a la Alta Engandina no visitó Sils Maria, sino St. Moritz (1879), donde escribió uno de los textos más bellos y profundos sobre su andadura por tales parajes, escrito que salió a la luz en 1880 bajo el título de El caminante y su sombra. No olvidemos que Nietzsche no dejó de viajar a la Alta Engandina entre 1881 y 1888 (nunca supo que no volvería a su querida Sils Maria tras volverse completamente loco el 6 de enero de 1889). El texto de El caminante y su sombra muestra lo que a muchos nos ha pasado o nos pasa en un lugar determinado, aparentemente muy alejado de la propia experiencia de la “patria natal”: la Barca del NosOtros nos toca y a ella nos subimos en un Himno de Alegría. El Aforismo 338 del texto es muy explícito: El doble en la naturaleza: “En algún paraje de la naturaleza nos descubrimos de nuevo a nosotros mismos, con un agradable escalofrío; es el caso más bello de un doble. – Cómo debe ser feliz quien tiene ese sentimiento precisamente aquí, en este aire de octubre constante y soleado, en ese travieso y feliz juguetear del viento de la mañana al atardecer, en esta purísima claridad y templadísimo frío, en todo el airoso y serio carácter de colinas, lagunas y bosques de esta meseta, que ha acampado sin miedo entre los horrores de las nieves eternas, aquí, donde Italia y Finlandia han estrechado una alianza y donde parece estar la patria de todos los tonos plateados de la naturaleza: – cómo debe ser feliz el que pueda decir: ‘hay en la naturaleza desde luego cosas más grandes y bellas, pero ésta es para mí íntima y familiar, consanguínea, incluso más que eso’” [2. P. 463]. Los Alpes, con los bosques, lagos, lluvias, pequeños pueblos, animales, vacas, leche, mucha leche y quesos, fueron un situs desde donde Nietzsche se levantó, desde la enfermedad, soledad y austeridad económica, para mostrarnos el eterno retorno, que era su Barca en la Alta Engandina. Aún hoy lo sigue haciendo, y nos ilumina con su Barca como un gran Faro cuyos destellos brillan como campanadas que nos llaman a vivir en medio de lo real. Nietzsche no lo pudo hacer en Sorrento, pero sí en Sils Maria. En la pequeña ciudad italiana de Sorrento, que mira al gran Golfo de Nápoles, el librepensador se esculpió a sí mismo por medio de sus dolores, angustias, los Wagner, viajes, naranjas y limones, pastas, museos, islas, conversaciones, pero en Sils Maria fue el eterno retorno el que lo esculpió a él desde ese otro que lo tocó: era la finitud de la libertad como eterno retorno que, en tanto Barca, le permitió vivir y escribir hasta la llegada de la locura en enero de 1889. Así vamos superando, también nosotros, nuestra neurosis traicionera, y permanecemos fieles a esa Barca en la que somos con otros, con todo otro.

Ya en 1879 y sin conocer a mucha gente, Nietzsche se sintió parte de un lugar, en sentido amplio, y sintió eso que enseñaba como académico en Basilea, esto es, a Diónysos, como una experiencia de actualización de un otro en uno que me da vida y me dice: “Sí, vale la pena vivir este instante y que retorne”. El texto termina con: “incluso más que eso”; ese “más” es la propia actualización en uno, ese doble que me perfora en la distancia y que me permite bailar “a pesar de” saber que la vida no tiene sentido alguno. Ya en la Alta Engandina, Nietzsche salió del Laberinto de Ariadna, la araña Ariadna de Tribschen (Cósima Wagner), navegando en una increíble Barca del NosOtros desde Sils Maria y sus alrededores.

Nietzsche era sobremanera fino, entre humanos y entre “cosas” de todo tipo, en medio de la naturaleza: era muy sensible, en extremo, a las temperaturas en general y, en especial, al calor excesivo (lo peor siempre era el Siroco, que puede ser su familia, su madre, Wagner mismo, los colegas de Basilea, un tipo de comida, de música, de modo de ser social, Siroco es la décadence de todo tipo, cristianismo, Bayreuth, etc.): necesitaba cielos claros para vivir-escribir. La idea de la naturaleza que le aparece a Nietzsche en el caminar (un pugliese diría passeggiata, que es un caminar en el caminar mismo sin sentido determinado alguno) es muy típica de una forma de ser que ya nos ha dejado hace mucho tiempo; ahora a veces ni se camina, sino que se navega por lo virtual, en y por el trabajo agobiante, en laberintos de toda índole.

Nietzsche se toma el tiempo para describir el lugar, no es un despacho (no lo tiene), ni una casa (que tampoco tiene), ni junto a una chimenea; es al aire libre, en verano, en las montañas, en las alturas, sobre una roca que mira al Lago esmeralda, en su ribera, en donde brilla la luz y se reflejan los Alpes en sus cumbres. Al fondo se ve Sils Maria. En esa soledad “blue blue, electric blue, that’s the colour of my room”, que diría Bowie en Sound and Vision, se construye su habitación para bailar y allí mismo escribe una obra inmortal. Allí el pensamiento lo visita, lo inspira, es una descripción fenomenológica de cómo se da el pensamiento del eterno retorno, que ya en su modo de darse expresa reduplicativamente lo que es el eterno retorno mismo: pensamiento y contenido se dan la mano (mejor que la noesis noeseos de Aristóteles o la idea absoluta de Hegel); y, a la vez, se dan la mano en ese lugar concreto y no en otro: esto es, por azaroso y contingente, decisivo. Si se va al texto famoso, ya mítico, de Nietzsche, a ese célebre folio de su Cuaderno de Apuntes, el M III 1 (el libro “esencial” de D’Iorio), texto que hoy podemos localizar en los Fragmentos Póstumos de agosto de 1881, se encontrará la hoja completa, con cinco indicaciones y el título siguiente: “El retorno de lo idéntico / Esbozo… 5. El nuevo centro de gravedad: el eterno retorno de lo idéntico… Primeros de agosto de 1881, en Sils Maria, a 6.000 pies sobre el nivel del mar y mucho más alto aún sobre todas las cosas humanas” [3. P. 788]. Importa destacar que tanto en el quinto punto como en el título de la hoja se mencionan el “retorno de lo idéntico” y el “eterno retorno de lo idéntico”. Pero, esta fórmula, Nietzsche dejará de usarla enseguida, pues induce a confusión; de ahí que en otros textos solo hable de eterno retorno: su Barca del NosOtros encarnada en Sils Maria, en el Lago Sils, en el Lago Silvaplana, en el Val Fex, etc.

Como es sabido, Heidegger siempre empleó el término “eterno retorno de lo idéntico” para ontologizar a Nietzsche desde su particular concepción del ser y de la historia de Occidente. En dicha formulación, lo que es fundamental es el carácter de “idéntico” (o, literalmente, en alemán: das Gleiche, lo igual), y lo que se reputa como secundario es el carácter retornante mismo en cuanto tal. Por su parte, Deleuze entiende el eterno retorno como retorno de lo diferente, la multiplicidad se afirma siempre como nueva en su multiplicidad, luego siempre diferencial. Heidegger se parapeta en una ontología del ser y Deleuze en una ontología de la materia. Nosotros, en cambio, quisiéramos renunciar a toda hipótesis ontológica. Otro detalle: en la hoja despunta un matiz distinto desde el que se articula ese pensamiento-vida: en la hoja originaria se dice “… a 6.000 pies sobre el nivel del mar y mucho más alto aún sobre todas las cosas humanas”, mientras que en Ecce homo (escrito 7 años después) leemos: “A 6.000 pies más allá del hombre y del tiempo”. En el nuevo texto redactado, más simple, se elimina la referencia empírica “… sobre el nivel de mar” y se añade sintéticamente “más allá del hombre y del tiempo”. El añadido “del tiempo” indica lo importante del pensamiento de Nietzsche, que es clave en el mito de Diónysos y Ariadna, clave ausente al inicio y ulteriormente desarrollada en Así habló Zaratustra, con Lou Salomé y los rasgos de la Barca: distancia, baile y ligereza.

El eterno retorno no apunta a nada idéntico que vuelva, pero tampoco a nada material que se disemine en cuanto diseminación diferencial, sino a un humano finito en medio de lo real caduco: Barca del NosOtros. En Zaratustra se deja claro que la interpretación del eterno retorno como de lo idéntico es un error y una falsa interpretación; por eso cuesta tanto expresarlo con jerga filosófico-académica, error en el que incurren Heidegger, Deleuze y D’Iorio; se trata, en cambio, de un modo escritural en el que, por medio de la propia forma de escritura, acontece el eterno retorno en cada uno de sus lectores atentos. De ahí que Nietzsche bregase una y otra vez, siempre insatisfecho, con la escritura de ese pensamiento. El filósofo necesitó escribir en 1882 La gaya ciencia, que es como una propedéutica que indica cómo nos elevamos sobre la moral decadente de los valores de la ontología nihilista y de un modo escritural filosófico que ya no da más de sí (cosa que entendieron muy bien Zambrano y Kofman). Esto se logra por medio del baile, que entraña ruptura con la mirada ontológica, la suya, la de Wagner, la de Cósima, la de Schopenhauer, la de Kant, la de Alemania, la de Europa, incluso la de Deleuze.

En Ecce homo se señala claramente cuál es la función de La gaya ciencia: “… la poesía última de todas [de La gaya ciencia], Al mistral, una desenfrenada canción de danza, en la que ¡con permiso! Se baila por encima de la moral, es un provenzalismo perfecto” [4. P. 92]. En 1883, y en el plazo de tan solo diez días, Nietzsche escribe el primer libro de Zaratustra, lo escribe danzando con la nueva Ariadna o, dicho de otro modo, de la mano de la expresión misma de Ariadna, que no es ya Señora del Laberinto sino del Baile, y que le enseña a volar de forma ligera. Así navegamos en medio de lo real, en medio del capitalismo y de la estupidez misma de la finitud sin sentido metafísico alguno; podemos seguir navegando incluso en la soledad, simplemente a la manera de ese otro inespecífico que en su distancia nos dinamiza y nos vuelve ligeros como aves.

Conclusión 

El NosOtros elimina de la noción de ser humano toda determinación substancial, empezando por la substancia misma de la humanidad; de ahí que, en cuanto NosOtros, lo humano sea no-humano, in-humano o ni-siquiera-humano; “monstruoso”, si se prefiere, pero no porque exceda lo humano, sino más bien porque no acierta a coincidir siquiera con su propia determinación como humano. Por consiguiente, el NosOtros no es representación, sino imagen, y no imagen como representación, sino Barca, pluralidad de Barcas que producen como posibilidad imposible, en una cierta figura confusa, incoherente y contingente, la imposibilidad misma de lo humano como determinación, como llenado del vacío que, inexistiendo, persiste como resta, como “menos”, en toda posición determinada. Por eso el NosOtros y la Barca no son universales que abarquen y engullan omnímodamente cualquier cosa, subsumiéndola bajo el concepto de “lo humano”, sino producciones inestables que se autodeterminan retroactivamente como lo que habrá llegado a ser (humano) una vez constituido un cierto marco u horizonte de retroactividad; de ahí también que el propio ejercicio de la retroactividad, con sus intrínsecas condiciones retroactivantes, deba pensarse él mismo como eminentemente retroactivo, como el futuro que, generando su propia anterioridad, se anterioriza a sí mismo como producto de otra posterioridad.

Consecuencia de lo expuesto en las líneas precedentes, y a lo largo del conjunto del artículo, es que ningún NosOtros, ninguna Barca del NosOtros, puede unificarse comunitariamente, originar “comunidad”. En efecto, al no presuponerse propiedades compartidas, el NosOtros no se traduce sino en el conjunto ilógico, caótico, irracional y desorganizado de los múltiples; en este sentido, la traición típicamente neurótica consiste en fantasear con un “común” al que agarrarse para detener la proliferación de diferencias sin orden, concierto, meta ni sentido. El NosOtros constituye un conjunto definido extensionalmente, falto de atributos comunes que unifiquen la multiplicidad; se trata de una mera juntura que asume que el estar juntos de los múltiples no puede pensarse sin contradicción, sin inconsistencia; la o mayúscula (“O”) marca la imposibilidad de cohesión intensional, la imposibilidad de algo así como un vínculo comunitario con condiciones predeterminadas de pertenencia. Por lo tanto, la operación colectiva es puramente externa, los elementos del conjunto no se distinguen por determinación inmanente alguna, por ningún predicado intrínseco que los defina. Lo característico del neurótico reside en el intento de encubrir que la diferenciación entre un grupo y otro es tan solo el efecto creado por cierto agrupamiento aleatorio, contingente, absurdo, disonante. Sustraída toda cualidad o propiedad presuntamente común, la única determinación o propiedad que queda es la pura multiplicidad misma; pero también la multiplicidad como determinación ha de ser sustraída, ha de ser eliminada como anterioridad fundante: el NosOtros constituye una multiplicidad diferencial desprovista del principio de la multiplicidad o diferencia, una multiplicidad otra con respecto a la multiplicidad: mezclas plurales y múltiples, sin “mezcla”, multiplicidades sin “multiplicidad”, barcas sin “barca”. La fórmula “Barca del NosOtros” no formula otra cosa que el vacío de un nombre sin existencia; en cuanto tal, supone una amenaza para la neurosis identitaria, ya que encarna la negación de cualquier tentativa de estabilizar e inmovilizar una serie de elementos en su (imaginaria) correspondiente unidad orgánica. La Barca del NosOtros irrumpe, en fin, como el vacío – el vuelo ligero, la distancia, el baile – que suspende la identidad intensional de cualquier “nosotros” orgánicamente estructurado. Las Barcas del NosOtros, a diferencia de las comunidades de “nosotros”, no engendran ni unidad ni multiplicidad: son, por el contrario, múltiples sin la cualidad común, omniabarcante y distintiva de la multiplicidad.

 

1 Su investigación, que se remonta a 1989, versa sobre el genoma de homínidos que se han extinguido y sobre la evolución humana.

2 Vea el siguiente libro, que está programado para salir en 2026: Espinoza Lolas R. Antígona. Una interpretación dionisíaca.

3 Pääbo S. Disponible en: https://www.bbc.com/mundo/noticias-63125882 (fecha de tratamiento: 02.01.2025).

4 Pääbo S. Disponible en: https://www.bbc.com/mundo/noticias-63125882 (fecha de tratamiento: 02.01.2025).

5 Pääbo S. Svante Pääbo: DNA clues to our inner neanderthal. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=kU0ei9ApmsY (fecha de tratamiento: 05.01.2025). Una perspectiva genómica de la variación humana: ¡Todos somos africanos!... viviendo en África o en el exilio reciente.

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Об авторах

Рикардо Эспиноса Лолас

Папский католический университет Вальпараисо

Автор, ответственный за переписку.
Email: ricardo.espinoza@pucv.cl
ORCID iD: 0000-0002-4215-1419

доктор философии, профессор

Чили, 2340025, Вальпараисо, авеню Бразил, д. 2950

Поль Руис де Гауна де Лакаль

Автономный университет Барселоны

Email: polruizg@hotmail.com
ORCID iD: 0009-0006-8809-4620

выпускник философского факультета, научный сотрудник

Испания, 08193, Барселона, Гражданская площадь

Список литературы

  1. Espinoza Lolas R. Ariadna. Una interpretación queer. Barcelona: Herder; 2023.
  2. Nietzsche F. El caminante y su sombra. In: Obras Completas. Volumen III. Obras de Madurez I. Madrid: Tecnos; 2014.
  3. Nietzsche F. Fragmentos Póstumos. Volumen II (1875-1882). Madrid: Tecnos; 2008.
  4. Nietzsche F. Ecce homo. Madrid: Alianza; 2000.

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